La variante Delta del coronavirus causante de la COVID-19, detectada primero en la India y presente hoy en más de 90 países -Chile incluido- va camino de ser la dominante en el mundo debido a su mayor capacidad de transmisión: 60% más transmisible que la alfa (detectada primero en Reino Unido), que a su vez era un 50% más contagiosa que la cepa original.
Los expertos coinciden en que la situación de la pandemia aún es muy dinámica, debido a las variantes que están circulando, y afirman que se necesitan más datos de estudios sobre las diferentes vacunas usadas en cada país para poder determinar su eficacia contra esta nueva cepa. Se sabe que la Pfizer disminuye su efectividad al 78% con dos dosis y al 33% con una dosis, pero de Sinovac, inoculada a más del 70% de los chilenos y chilenas de la población objetivo que se requiere para alcanzar la inmunidad de rebaño, se sabe muy poco. Científicos chinos han dicho que protegería “a cierto grado”, pero no está definido en cuánto porcentaje.
No se trata de criticar el uso de Sinovac. De hecho, si en marzo del año pasado, el país completo hubiese estado vacunado con la fórmula china, es posible hipotetizar con una reducción de fallecidos de un 80%, y en vez de 40.000 muertos, tendríamos actualmente no más de 6.000. Se trata además de una vacuna muy segura y que no requiere condiciones especiales de transporte, a diferencia de Pfizer.
El llamado entonces es a vacunarse con Sinovac, la mejor opción que tenemos disponible, pero también a asumir que la vacuna es una más de las herramientas de prevención, pero no la única; y que por lo mismo, se requieren otras medidas para contener a este virus que ha puesto a la humanidad en confinamiento por 16 meses.
Por eso, el reclamo de un cambio de estrategia cobra cada vez más fuerza, y carga de una enorme expectativa al anuncio que hará el gobierno sobre las eventuales modificaciones a su plan de gestión de esta crisis sanitaria.
Es claro que el virus, lejos de debilitarse, ha mejorado su eficiencia, lo que sumado a las condiciones ambientales (invierno), multiplica los contagios de manera exponencial.
Se trata de factores que pueden y exigen modularse para que el impacto de la pandemia sea menor. Ignorarlos sería una insensatez. Y sobre ellos las autoridades deben centrar sus acciones, sin caer en la tentación de lanzarse a una reactivación económica plena en la cual la situación epidemiológica quede relegada a un segundo plano.
Los aportes de la comunidad científica y académica son fundamentales en un momento tan apremiante como el que vivimos, pese a que su relación con el Gobierno ha sido bastante compleja, sobre todo cuando éste es incapaz de comprender que el conocimiento es la materia prima, la esencia de la tarea, y a la política solo le cabe obedecer.
Cómo estar seguros de que las decisión del Gobierno será la apropiada, con la adecuada ponderación de la ciencia y el conocimiento, es probablemente la pregunta más relevante que nos ha planteado esta pandemia. La respuesta, de un profundo sentido común, podemos hallarla en Platón, hace 2.400 años: “Dejémonos guiar por los que saben”.